viernes, 17 de noviembre de 2017

Una venganza muy morbosa

La venganza de Adri es la historia de una pasión desatada entre tres hombres y una mujer; o, tal vez, el indeleble recuerdo que una mujer guarda por el hombre que marcó su vida. Un Originale Peccatum muy tentador.

—Eros, mira, —digo a mi novio cuando termina de estirar el futón del despacho del Originale Peccatum; local de copas que administramos juntos—. Aitor va a dar su discursito.
Eros y yo tenemos una relación un tanto particular; él es bisexual y yo decidí aceptarle tal como es. Incluso, en ocasiones, participamos juntos en orgías con chicas; como la que vamos a practicar esta misma noche. Hace más de diez años que vivimos juntos. El sexo y el morbo forma parte de nuestra vida.
—Sí, —responde Eros sin apenas mostrar interés en mis palabras. Ni siquiera se molesta en acercarse al ventanal para observar el movimiento que se está produciendo en el escenario—. ¡Menudo tostón que les irá a soltar a los pobres! —añade sin más. Me mira un segundo para después continuar en lo suyo.
—Mira. —Apunto con el dedo índice de mi mano derecha hacia nuestro amigo en común—. Aitor acaba de nombrar a su famosa secretaria. ¿No tienes curiosidad por verla? Es esa chica de la que tanto nos ha hablado últimamente: Adriana, creo que él le dice Adri. ¿No quieres acercarte a verla? —digo, girándome hacia él.
Doy un par de pasos alejándome un poco del ventanal. Tengo morbo por saber qué es lo que tiene a mi chico tan entretenido que no es capaz de sucumbir a la curiosidad, que yo sí tengo, de conocer a la nueva secretaria de Aitor; quién, de acuerdo con lo que éste nos ha contado, puede que sea algo más.
Sonrío de medio lado cuando veo lo que Eros hace. Coloca una sábana, de satén rojo, sobre el futón. Mantengo mi sonrisa.
En alguna ocasión, en el pasado, también hemos jugado con Agnes; al igual que hoy vamos a hacerlo con Adri, la secretaria de nuestro amigo. Aunque, en aquellas ocasiones, siempre fue Eros quién llevó la pauta. No podíamos hacerle nada a su putita sin el consentimiento de éste. Eso, en lugar de ponerme celoso, me excitaba mucho más. Hoy, sin embargo, quién dirigirá la fiesta será Aitor.
Lástima que Agnes desapareciese; tardamos un tiempo en recuperarnos de su ausencia. Aun así, poco a poco, fuimos sustituyéndola. Pero no era lo mismo para ninguno de los dos.
—No, —responde Eros—, ya la veré más tarde, —lo dice sin mirarme y sin mostrar el más mínimo interés en lo que yo estoy viendo desde el gran ventanal—. ¿Crees que le gustará el rojo? A Agnes le gustaba mucho este color.
—¿Por qué no dejas de torturarte? —pregunto. Estoy algo molesto por su actitud. Debería haberla olvidado ya—. Darius—, el hermano de Eros—, nos ha dicho que está bien. Ella siempre estuvo de acuerdo en participar en nuestros juegos—. ¡Y también los disfrutaba! Lo pienso, pero no lo digo. No quiero que se sienta aún peor.
—Lo sé, —asiente con la cabeza dándome la razón como a los tontos.
—Tienes que reconocer que fue una estupidez lo que hiciste —suspira agobiado y sin mirarme mientras escucha mis palabras—, nunca debiste reaccionar de aquel modo. Ella tenía derecho a conocer a alguien más, a enamorarse, ¿o no? —le pregunto—. ¿No fue por eso por lo que decidimos ayudarla a superar todo aquello?—. Me quedo en silencio un segundo—; lo mejor que puedes hacer es pasar página, como seguramente ella habrá hecho.
Sé que quizás también se siente culpable porque Agnes es parte de su familia; aunque no de forma directa.
No sé qué más puedo decir para animarle. Me acerco a él con las manos en los bolsillos de mi pantalón.
—Lo sé —vuelve a suspirar, da dos pasos hacia la puerta, mira hacia el suelo y regresa, de nuevo, junto a mi—, solo necesito verla—, alza la vista y la fija en mí—, ver con mis propios ojos que está bien —dice poniendo una mano sobre mi hombro; comprendo que está pidiendo mi aprobación—. Lo entiendes, ¿verdad?
Somos conscientes que, de alguna manera, la utilizamos; y, cuando Agnes ya no pudo más, salió huyendo.
—Claro que sí —respondo; le doy una palmada en la espalda y me solidarizo con él—. ¿De verdad no quieres ver a la famosa secretaria de Aitor? Solo la he visto de espaldas, pero tiene buen cuerpo—. Sonrío ampliamente—. Para ser sinceros, diga lo que diga Aitor, yo creo que se ha enamoriscado un poco de ella.
—¿Tú crees? —contesta—. Estoy impaciente por jugar esta noche—. Sonríe con picardía; sé que está haciendo un gran esfuerzo para apartar a Agnes de su mente—. Voy a bajar al escenario —asiento con la cabeza—, le prometí a ese loco enamorado que tocaría algo al piano.
—De acuerdo —le devuelvo la sonrisa—. Yo voy a cotillear un poco a su Adrianita.
Regreso hasta el ventanal para satisfacer mis ansias de enterarme de todo.
En realidad, siento más que curiosidad por conocer a la famosa Adri de nuestro buen amigo Aitor.
Cuando la joven al fin se gira hacia el auditorio, no doy crédito a lo que ven mis ojos.
(...)
De pronto, la chica alza la mirada hacia el ventanal, ignorando las palabras que su jefe pronuncia. Hace ya algunos minutos que yo mismo dejé de escucharle. Me percato que está mirándome fijamente, como si, a pesar del cristal que le impide verme, supiese que estoy mirándola con atención. Tengo la extraña sensación que tiene sus ojos fijos en mí.
Me giro inmediatamente; tengo que avisar a Eros.
—¡Eros! —le llamo a gritos.
(...)
♥♥
Salgo corriendo del despacho, detrás de los pasos de mi chico. En realidad, no voy en su busca. Voy al encuentro de esa joven; quiero cerciorarme que, lo que he visto, es real.
(...)
Bajo las escaleras lo más rápido de lo que soy capaz, sin tropezar con mis propios pasos. No me doy cuenta cuando llego a la zona dónde están instaladas las mesas para la cena, que ahora están retirando mis propios empleados para dejar lista la zona de baile.
Hay un tumulto de gente; grupos de personas que conversan sobre diferentes cuestiones a las que no presto atención. Ojeo entre la muchedumbre tratando de localizar a la joven. Por lo que parece el discurso ha terminado y Eros, de un momento a otro, se instalará al piano.
Cuando estoy a punto de darme por vencido, la veo. Camina apresurada en dirección al baño. No lo dudo y comienzo a seguirla.
(...)
Sé que no está bien lo que estoy a punto de hacer; pero, por el bien de mis dos amigos, entro en los baños de damas detrás de ella.
En cuanto la he visto de cerca no he tenido duda alguna. (...)
Deduzco que esta noche va a ser una velada más que divertida y apasionante. 
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